VIDA DE SANTOS

Beato Pablo Manna
  15 de septiembre

«Presbítero y fundador de la Pontificia Unión Misional. Ardiente promotor de las misiones, defensor de la inculturación. Considerado por Juan XXIII el Cristóbal Colón de la cooperación misionera»

En esta festividad de la Virgen de los Dolores se celebra, entre otros santos y beatos, la vida de Pablo Manna, aclamado por distintos pontífices. Juan XXIII lo denominó «el Cristóbal Colón de la cooperación misionera». Pablo VI en su carta Graves et increscentes de 1966 consideró que debía ser inscrito «con letras de oro en los anales de las misiones» recordando que fue «uno de los más eficaces promotores de la universalidad misionera en el siglo XX». Y Juan Pablo II, que lo beatificó en 2001, ya en 1990 había reparado en su grandeza, diciendo que «puso en evidencia, de una manera única, la esencial dimensión misionera de la Iglesia universal». Y es que su lema fue: «Todas las Iglesias para la conversión de todo el mundo». 

Nació en Avellino, Italia, el 16 de enero de 1872 en el seno de una familia acomodada. Era el quinto de los hijos del matrimonio Ruggeri. A los dos años de nacer, murió la madre y quedó al cargo de unos tíos residentes en Nápoles. En 1882 regresó a Avellino donde su padre convivía con su segunda esposa. Durante unos años en el estío solía residir en la casa de unos tíos sacerdotes que influyeron en su vida. Y muy claro tuvo su porvenir, porque en 1887 ingresó en la Congregación de los Salvatorianos. En Roma estudió filosofía y teología, pero intuía que debía elegir otro camino. Tras la lectura de unas revistas publicadas por el Instituto de Misiones Extranjeras de Milán (actual PIME), que daban cuenta de sus actividades, sopesó su vocación. Y sin tardanza alguna, en 1891 dejó a los Salvatorianos y se inscribió en él. Tenía 19 años y la idea clara de ser misionero.

Se ordenó sacerdote en mayo de 1894 en el Duomo de Milán, y al año siguiente fue trasladado a Birmania. Partidario acérrimo de la inculturación hizo notar: «Me dirigiré a mis ovejas en su propia lengua, respetaré sus tradiciones, integraré sus locuciones y sus maneras de pensar en mi trabajo de evangelización». Así lo hizo durante ocho años compartidos con los indígenas de Ghekku al frente de la misión de Mombló fundada por él, hasta que su débil salud atacada por la tuberculosis le obligó a regresar. Ello no le impidió publicar un artículo de temática antropológica basado en su convivencia con la tribu birmana. Ese mismo año de 1902 volvió a la misión, pero de nuevo tuvo que partir a Italia por motivos de enfermedad. Aún hubo un tercer y definitivo intento con ida y vuelta. Su organismo se reveló ante las severas condiciones de vida que repercutían en su frágil constitución, y en 1907 retornó a Italia definitivamente.  👉👉👉  LEER BIOGRAFÍA COMPLETA 







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BOLETÍN PARROQUIAL N. 286